lunes, diciembre 31, 2007

Razón número #1 para odiar estos días

No está mi mamá.
No está Vero.
No está Mariana.

Son la razón más importante. Sin su abrazo, el fin de año se queda manco.

(Corte y queda... que ya estoy llorando)

domingo, diciembre 30, 2007

Razón #66 para odiar estos días

Porque pese a mis quejas sobre los empachos, existen tres clásicos que me hacen falta:

Los romeritos bien picosos con sus papitas, el caldo de camarón ineludible en una buena cruda, pero sobre todo el ponche.

El ponche tiene un olor que lo llena todo, que acompaña todos los hervores de la temporada, desde las piñatas y las posadas hasta las últimas trasnochadas con la fruta espesa y remojada.

Aquí me jodí. Sin tejocotes no hay ponche. Y aún sin ellos sin caña y guayabas, tampoco. Me niego a suplir mis recuerdos con un caldito tibio de frutas de ocasión.

Por eso también odio estos días, porque de lo poco que gozaba, me queda casi nada.
Hace mucho que no veo una jícama pequeña rodar a mis pies o que no escupo la mierda de la colación.

Pocas cosas gozaba de estos días y se diluyeron sin cruzar el mar. La tradición es la ilusión de la permanencia. Uno de los pocos asideros a mis odios ancestrales pero bien continuos.

sábado, diciembre 29, 2007

Razón #7 para odiar estos días

La sensación de tirar un calendario para poner otro, hace parecer que se rompe el continum de la existencia y entonces hay una necesidad necia por "vernos antes de que se acabe el año"
Ver a todos.
Todos los días.
Bebernos todo.
Comernos lo que nos quepa en la panza.

Y al día siguiente los jinetes del apocalipsis cabalgan por los laberintos neuronales y una bomba nuclear en el estómago amenaza con eclosionar el mundo.

No se acaba nada. Sólo un pinche año. Otro.

Un año menos.

jueves, diciembre 27, 2007

Razón #14 para odiar estos días

Por estos días, la vida se me sostiene con alfileres, grapas y falsos botones y debo quedarme quieta y moverme nada o poco porque a la mínima fluctuación del viento, termino recogiendo el desmoronado ánimo con la punta de la lengua.
Este año, cuando pensé que ya era prueba superada y mi eficiente lavado de cabeza llegó a tal grado que incluso acepté de buen grado regalos del calibre de un costurero (sí señor y yo que me quejaba de que me regalaban cinturones dorados), todo se derrumbó dentro de mí, dentro de mí, hasta mi aliento ya, me sabe a hiel, me sabe a hiel.
Tengo una larga lista de culpables y de situaciones culpabilizadoras, pero al final la culpa de todo la tiene mi ordinariez y mi vulgaridad. Porque es francamente vulgar ponerse sensible en navidad. En nada se distinguen mis neuras de la tristeza disfrazada con esferitas de la maruja que se conmueve con las telenovelas. No hay diferencia entre mi evasión de la realidad y la peda maratónica que se acomoda el burócrata con Brandy Presidente para olvidarse de que lleva año tras año tras año cagándose sobre su familia.
Después de tanto tiempo con la misma sensación estereotípicamente cíclica, absurdamente Grinch, vulgarizadamente Scrooge, llego a la conclusión de que soy absolutamente ordinaria y vulgar.
¡Soy totalmente Naif!
¡Qué depresión!

domingo, diciembre 23, 2007

Estando aquí no estoy...

Será que por venir hablando en chilango de pronto tuve la certeza de que me disponía a cruzar Insurgentes. Ahora que lo pienso, la sensación exacta fue la de sentir que iba a cruzar Insurgentes en la esquina de Aguascalientes. No sé qué fue más grande, si la decepción de no ver el Sanborns en la contraesquina o la tristeza de quedarme sin tomar el metrobus.

Chale.

Mis neuronas se disuelven en el frío. Doy dos pasos con los ojos cerrados para estar ahí de nuevo, pero es inútil. Ahora ya mis pies saben en dónde están y van sin mí.

Les comento a mis acompañantes lo que me ocurrió.

"Padrina, ya no fumes" dice C.
"¿Como un deja vú?" Pregunta P.

Y para qué neceo diciendo que no, que estaba de verdad en Insurgentes, que detrás de mí estaba la tienda de novias y el balcón de la casa de N. Que si hubiera aspirado me habría llegado el olor mantecoso de los bisquets y la grisura seca de la Roma.

Para qué, si entonces no adivinaba que terminaría cantando a los Fabulosos Cadillacs y al TRI y que volvería a preguntarme "Where is my mind" como parte de la coherencia de la banda sonora de mi existencia. Tampoco sabía que sumaría a mi colección de desastres en casas ajenas(creo que empezó con el estallamiento vidrioso del cenicero de la abuela de X y R) el estado de impotencia en que sumí al indio pícaro. Dejé la media cagá en casa de los chilenos.

Al final acabé comiendo papas a las seis de la mañana en una banca y por más que cerré los ojos no era una banca de Tlaxcala (no se me quedó marcada el águila en la espalda) y las papas eran irremediablemente patatas.

Y hoy, con mi tradicional resaca de domingo, no tengo mayor deseo que construirme un mundo de retazos y avenidas antípodas que me ofrezcan sus cruces. Consell de Cent y Medellín: la esquina imposible en la que edificaré algún día mi casa.

miércoles, diciembre 19, 2007

Novela por entregas

Achaco la angustia que siento al sueño de anoche. Puede ser que tenga algo que ver con lo soñado sin embargo la angustia es superior y si fuese un poquito esotérica juraría que se llama premonición o presentimiento, pero como no soy nada mísitica, ni telepáticam ni elíptica, pues entonces sólo es angustia simple y llana. De la que se mece en la boca del estómago.

Si hilvano los sueños que sobre este tema he tenido desde hace muchos años (el primero fue aquel en el que alguien me rescataba del ataque sexual de una foca) hasta el de ayer (ya en el sueño sentía esa inquietud de lo que no puede ser simplemente porque no debió ser), me encuentro ante la historia del "Hubiera"

Y el hubiera existe. Existe algunas noches en que todo parece indicar que el deseo es una carretera paralela que recorre pueblos fantasmas. Y entonces, los fantasmas...

La historia avanza y tiene trazos de concluir pero siempre pueden aumentarse capítulos a capricho del guionista, del soñador, creo que nunca del soñado.

Disculpen el post entrecortado pero delante tengo a un par de sujetos que me invitan a tomar unas chelas. Y digo que sí, para ahogar la angustia como acostumbro, para correr un tupido velo, para dormirme y no soñar. Para dejar de creer que quizá sí, así pudo haber sido, así no es... así.

Y volveré a comprarme una libretita de papel en el 2008. Si los sueños persisten en hacerse novela por entregas, no será aquí.
Me voy.

Las chelas en Gràcia.

martes, diciembre 18, 2007

En clase...

Pues aquí nomás, en plena clase.

Pego aquí lo que estoy haciendo porque no hay paredes en las que clavar mis dibujos con tachuelas.
Fui la primera en terminar. levanté la mano, con voz ñoña dije "He terminaaado" y el profe me felicitó porque me quedó re chulo:

viernes, diciembre 14, 2007

Ventafocs

Ahí estaba el zapato blanco, lleno de lentejuelas, a mitad de las vías. Quizá las cenicientas modernas pierden el último tren o pierden la vida en el intento. Hoy en día ya no se gana. Lo que nunca pierden es el otro zapato y mucho menos el estilo: con este frío, sólo una Cenicienta podría andar con la cojera descalzada y será capaz de abandonar ese zapatito blanco de tan percudido y finísimo de tan corriente.
Cenicientas de periferia abundan por aquí. Abordan el metro para ir y esperan volver en un coche tuneado que deje su estela reggeatonera en medio de la noche. La gente parece no mirar el zapato y a mí me dan ganas de gritarles: "Ey, Cenicienta pasó por aquí" pero nadie se hace cómplice de mis ilustraciones, todos miran el reloj.
Todos son conejos.
Yo siempre quise ser Alicia pero el destino me redujo a oruga.
Ahora soy una oruga con I-Pod que se rueda sus propios videoclips mentales a falta de sueños de opio.
Creo que ya había escrito esto de que me equivoqué de cuento y de que soy la oruga. Pero es que me equivoqué de cuento y soy la oruga.
Pero es que mire, ¿lo ve?
Cenicienta pasó por aquí mientras yo fumaba tabaco.
Ella en cambio, se largó con el traficante de opio.
Ya no hay sueños que no paguen peaje.

lunes, diciembre 10, 2007

De la gente fea que hay por el mundo

Cuando pensaba que ya no existe gente así en el mundo, que son esterotipos sin cara ni ojos, que lo mío nomás son ganas de exagerar; volví a encontrarme con la mujer más estúpida y cretina que he conocido en los últimos 31 años.
Me resulta increíble que en pleno siglo XXI y que en este país que se las da de primermundista, exista una mujer como ella. Una mujer que basa su felicidad en ser totalmente KKK (Kinder (niños), Küche (cocina) y Kirche (iglesia)) y que además se la pasa dando consejos sobre detergentes, sobre cómo aprovechar las sobras y sobre cómo lograr que tus copas (no las del brassiere) queden deslumbrantes.
La pobre infeliz va y se topa conmigo y mi jeta de tres metros.
Le bostezo en la cara.
Me tomo litros y litros de vino y coñac para ver si borracha la tolero.
Me da resaca (no la bebida, ella).
Mira mi sillón y dice que es de los baratos.
Además no para de hablar, de decir estupideces, de criticarlo todo, de gritarle al niño, de decirle al pobre mequetrefe de su esposo que es tal, tal, tal...

Le solté un par de ironías pero no se dio por aludida (mucho pedirle a alguien que citó dos veces al programa "del tomate" -léase el "Ventaneando" español- como fuente de información).

La próxima vez, le vomito los zapatos (por cierto, qué zapatos más horrendos)

¿Que quién es esta imbécil?

Pues mi prima política.

Y ya se sabe: la política es una mierda.